Ser consecuente, es algo que todos sabemos que está ligado a la madurez, pero como cualquier aspecto ético tiene, o puede tener, muchos ángulos desde el que mirarlo.
Hoy quería referirme a un aspecto del «consecuencialismo«, que surge cuando necesitamos evaluar una acción, una política empresarial o una política en general.
Muy esquemáticamente,
el “consecuencialismo” es una doctrina de reflexión moral que estudia la consecuencia de las ideas y quiero centrarme en el estudio de aquellas ideas que son aparentemente buenas.
¿Hasta qué punto las buenas ideas y las buenas intenciones pueden tener buenas consecuencias?
Vamos a verlo a través de un ejemplo; la política de protección a favor de la madre soltera de la administración Johnson en EEUU (1963–1969).
La idea era excelente y orientada por una muy buena intención: lo que a primera vista podría llamarse algo positivo. Sin embargo, con el tiempo esta idea produjo consecuencias indeseadas.
Para conservar sus ayudas, las mujeres afroamericanas rehusaban el matrimonio, prefiriendo mantener la condición de madres solteras. Algunos hombres se dedicaron a vivir a costa de los subsidios de las mujeres sin tejer verdaderos lazos familiares.
Esta medida, que debía producir bienestar, generó un deterioro mayor de la estructura familiar de la sociedad afroamericana de EEUU, con las conocidas consecuencias de incremento de la criminalidad y disminución de su capacidad de defensa grupal de la década de los 70’s.
El efecto final, hoy se evalúa como contrario a la defensa y promoción de sus propios defendidos, cosa que no ha pasado con los vietnamitas, chinos, coreanos y parte de los hispanos en los EEUU.
Una buena idea debe estar siempre contrastada con las acciones que genera; para corregirse o complementarse, de tal manera que debe evitarse que aquello que había empezado con buena intención, se convierta en un problema más grave del que se quería resolver.